Por un lado, un color oscuro que condensa altos niveles de contaminación por las 90 toneladas de vertidos que recibe por día, residuos sin tratamiento directamente derramados de los domicilios colindantes. Por el otro, basura flotante que, en los días buenos, se resume en muñecas y tapas de botellas y, en los malos, sofás enteros y hasta animales muertos.
El regatista español Fernando Echávarri ya entrena en esas aguas y advierte: “Pensábamos que cuando se acercaran los Juegos la suciedad iba a disminuir, pero no fue así. Hay que estar pendiente de que no se enganchen objetos al ápice del barco que pueden frenar la trayectoria”.
El argentino Santiago Lange, que a sus 53 años será el regatista más longevo de los Juegos, también viene entrenándose en las aguas de la bahía, pero intenta ser algo más optimista. “Ojalá nuestro deporte esté poniendo su granito de arena para que los poderes miren hacia el problema de la contaminación y un día lo solucionen”.
“Desde el año pasado se viene comentando el asunto, incluso fue tema en una asamblea anual de la clase. Diría que los europeos son los que muestran más preocupación. Parece que los sudamericanos estamos más acostumbrados, pero se supone que tanto el COI (Comité Olímpico Internacional) como la Federación Internacional de Vela han realizado análisis del agua y se entiende que no van a poner en riesgo a los deportistas”, dice el timonel chileno Benjamín Grez, de la clase 49ER.
Su hermano Cristóbal agrega que la contaminación en Guanabara tiene días mejores y otros malos. “Cuando llueve, baja todo tipo de desechos desde lo alto, pero el resto del tiempo no parece tan serio. Aunque hay que admitir que no es un agua que sea vea limpia, hemos navegado muchas veces allí y nunca nos hemos enfermado. Sí somos cuidadosos con las heridas”.
Algunos regatistas alertaron que sufrieron mareos, vómitos y otro tipo de indisposiciones después de entrar en Guanabara.
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