lunes, 15 de agosto de 2016

La última dentellada del “tiburón”

El nadador estadounidense Michael Phelps, el deportista más laureado de la historia olímpica, superó en los Juegos de Río el reto más difícil de su carrera, un desafío por encima de récords y medallas, una batalla contra sí mismo, una pugna por dejar definitivamente detrás de sí la leyenda y adentrarse en la normalidad.

Da igual si Phelps no pudo colgarse el oro en cada una de sus seis pruebas, o si debió conformarse con la medalla de plata en los 100 mariposa, una de sus carreras predilectas, tras verse superado por el joven singapurés Joseph Schooling.

Un podio más o menos no va a cuestionar su condición de mejor nadador de todos los tiempos, pero el norteamericano sí necesitaba asumir conscientemente el final de una etapa, dar convencido su última brazada. Michael Phelps no quería volver a cerrar su carrera en falso, tal y como ocurrió hace cuatro años cuando anunció su retirada tras unos Juegos de Londres a los que acudió, como reconoció, hastiado, por pura rutina, empujado por el miedo a dejar el deporte que había dado sentido a su vida y la incapacidad para encontrar alicientes fuera de las piscinas.

Un vacío que no lograron llenar ni las seis medallas que logró en la capital británica, una desazón que le llevó tras la cita olímpica al borde de la depresión, a caer en una espiral de autodestrucción, que tocó su punto más bajo al ser detenido en septiembre de 2014 por conducir bajo los efectos del alcohol. Obligado a acudir a rehabilitación, Michael Phelps reencontró en el desierto de Arizona no sólo las ganas de reconducir su vida, sino la motivación para volver a competir, para luchar por estar en sus quintos Juegos, consciente, ahora sí, de que quería decir adiós luchando de nuevo por el oro en una final olímpica. Un objetivo que logró y, con creces, el estadounidense, tras colgarse no sólo un nuevo oro en Río, sino cinco, además de la plata conquistada en el hectómetro mariposa, para cerrar su periplo olímpico con un total de 28 metales, veintitrés de ellos dorados. Triunfos que Michael Phelps disfrutó a sus 31 años como nunca, acompañado desde las gradas del estadio acuático de la ciudad brasileña por su hijo Boomer, de apenas tres meses, y su prometida Nicole Johnson.

Los dos principales motivos que propiciaron el resurgimiento de un Michael Phelps, que ahora sí, tiene una razón para dejar atrás su leyenda como el mejor nadador de todos los tiempos y adentrarse sereno y satisfecho en la normalidad.

RÍO DESPIDIÓ AL HOMBRE RECORD

El estadounidense Michael Phelps, el hombre récord de los Juegos Olímpicos, fue despedido con honores en el Estadio Acuático de Río de Janeiro, donde el ‘Tiburón de Baltimore’ cerró este sábado su palmarés olímpico con la conquista de su medalla número 28.

Escondido bajo la capucha de su abrigo, con una toalla blanca rodeando su cuello, las gafas acomodadas sobre la frente y unos cascos de enormes dimensiones cubriendo sus orejas compareció por última vez en el escenario de sus logros más recientes el nadador norteamericano.

“Ya estoy listo para retirarme”, había anunciado un día antes.

Lo hizo convertido en leyenda, minutos después de que el relevo femenino estadounidense dominara igualmente el 4x100 estilos. Esa medalla supuso el oro número 1.000 en la historia olímpica de Estados Unidos. La de Phelps, en consecuencia, fue la 1.001. Se la ofreció al público anfitrión pasadas las 00.10 hora local tras una impaciente espera amenizada con música desde la megafonía. Los aficionados, sin embargo, reclamaron con pitos la presencia de Phelps. A él le tenían reservada la gran ovación.

EFE

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