domingo, 21 de agosto de 2016

Carolina Rodríguez, la gimnasta que no necesitaba las palabras



A Carolina Rodríguez nunca le hicieron falta las palabras. Lleva 23 años contando historias con su cuerpo en los gélidos tapices de la gimnasia rítmica. Desde allí, enseñó a sus padres sordomudos a sentir una música que no pueden oír, empujándoles a un viaje increíble que ahora termina en una final olímpica.

Cuando acabó con las mazas en Río, esta española risueña se puso a hacer gestos muy rápidos con las manos. La cámara la enfocaba mientras esperaba la nota de su penúltimo ejercicio de la clasificación. Les estaba diciendo a sus padres que los quería, aunque su sonrisa delataba que lo había vuelto a hacer. Otra vez le había vencido al tiempo. Con 30 años, en cuanto pisó el tapiz de Río batió el récord olímpico de longevidad en este deporte donde las dos décadas son una condena y atreverse a sumar tres, una excentricidad. Y en la tarde le sumó el último milagro a una carrera tan peleada como improbable.

Aquella niña que empezó a entrenarse a los 7 en una iglesia abandonada de León (noroeste de España) se había clasificado por primera vez para la final olímpica individual, en la que iba a ser la despedida del deporte de su vida.

"Es una barbaridad, me siento súper feliz", afirmó después, con el brillo de su maillot a juego con su cara. "Pero cuando he terminado, he pensado: 'si mañana acabo así (7ª), podría llevarme un diploma olímpico... Entonces me ha dicho Ruth (su entrenadora): 'no seas tan ambiciosa, has venido aquí a hacer tu papel, a despedirte, a saborear este momento. Lo que tienes mañana es un regalo'", contó divertida.

Jubilada a los 21

En medio del recital de delicada precisión rusa y la energía de unas competidoras con 20 años de media, las juezas recompensaron el arte de esta intérprete de los tapices que es capaz de pasar de la tierna emoción del homenaje a su hermano fallecido con la pelota a convertirse después en una racial bailaora flamenca que hasta taconeó descalza con las mazas. Cuando Carolina habla con sus manos, todo el mundo le entiende. "Creo que mi expresividad es un don que me viene de mis padres, porque de pequeña me tenía que comunicar de alguna forma. Cuando aún no dominaba el lenguaje de signos, para decir que me dolía la barriga tenía que exagerarlo mucho y al final se convirtió en algo innato", recordó. Un talento extraño para este deporte que tiene atrapada a Ruth Fernández desde hace más de dos décadas.

Esta mujer determinada a la que se abrazó Carolina el viernes es la misma que rompió a llorar en el Campeonato de España alevín de 1996, cuando la pequeña gimnasta a la que entrenaba acabó su último ejercicio. "¿Tan mal lo he hecho?", le preguntó aquella niña de 10 años. Todavía no había entendido que había ganado y que ya avanzaba a toda velocidad por la autopista hacia la élite.

Un viaje relámpago que le llevó al centro de alto rendimiento de Madrid a los 15, a conseguir diploma olímpico con el equipo español en Atenas-2004, pero donde a los 21 ya no había sitio para ella. Así se lo hizo entender la Federación Española en lo que parecía la jubilación definitiva de esta gimnasta diferente.

De un día para otro, el deporte la devolvía a la vida real, aquella que había cambiado seis años antes por la gloria.

El milagro

De vuelta a León, y mientras trataba de reconstruir un futuro al que le habían cambiado de carril, regresó a su club de toda la vida para dar clases a niñas. La gimnasia, sin embargo, había dejado cuentas pendientes con ella y allí estaba Ruth para cobrárselas. Juntas de nuevo, en el mismo lugar, con los mismos sueños, pero doce años más tarde, decidieron volver y apostar por lo imposible: ganar un torneo nacional. Y lo lograron. Desde 2009, Carolina ha sido campeona de España ocho veces consecutivas -sumando el récord de nueve títulos en total- y 14ª en los Juegos de Londres, a los que llegó, una vez más, corriendo contra el tiempo.

En pleno resurgir, una lesión en el tobillo vino a poner punto y final a lo que debía haberse acabado hacía mucho tiempo. Aunque no pudo con ella, como tampoco la tumbó la desgracia cuando compitió con el corazón roto en el Mundial de 2004, diez días después de la muerte de su hermano.

"Pasé por una cirugía bastante complicada después de Londres-2012 y yo sabía que era mi fin porque, además, por entonces ya era veterana. Pero me empecé a encontrar bien, tenía ilusión, me metí en la final de los Mundiales y así, poquito a poco, escalando, he llegado hasta aquí", explicó. Hasta la cima de un deporte que nunca la dejó marchar. (20/08/2016)


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