sábado, 23 de julio de 2016

1904, los Juegos de la vergüenza

Los pasos previos a esta edición iban viento en popa e indicaban un venturoso porvenir, teniendo en cuenta el potente avance de la joven nación. La poderosa ciudad industrial de Chicago, designada como sede por el congreso del COI de 1901, anunciaba una perfecta organización, el envío de un barco, con escalas en varios puertos, para el traslado de las delegaciones europeas y aseguraba un superavit de 200 mil dólares. Mejor, imposible.

Pero al barón de Coubertin se le cruzó un gato negro por el camino y los fantasmas de París volvieron a surgir. Lousiana, la antigua Lousiana francesa vendida por Napoleón en 1803 por 80 millones de francos-oro, se aprestaba a festejar el centenario de su incorporación a los Estados Unidos con una Exposición Universal aplazada para 1904, y reclamó para sí los III Juegos Olímpicos de la Era Moderna.


El COI, mejor dicho su presidente y fundador, se negó rotundamente a ese pedido. Los promotores de la Lousiana Purchase Exposition resistieron ese rechazo y capitaneados por su presidente, James E. Sullivan, uno de los hombres fuertes del atletismo norteamericano, iniciaron una fuerte campaña en contra del COI.

Tuvo su principio en una carta de Sullivan al COI, en la que lo desautorizaba como institución, alegando de haber surgido de una reunión internacional y no de un congreso citado para su creación. La guerra estaba desatada. Carta va, carta viene. Amenazas. Manifestaciones callejeras. Como todo recurso es apto para ganar una batalla, los promotores de la exposición anunciaron la organización de importantes pruebas deportivas en las mismas fechas dispuestas por Chicago, en caso de que la sede no le fuese otorgada.

Chicago vaciló, al advertir que, de llevar a último extremo su oposición, habría cosechado un tremendo fracaso deportivo y financiero e intentó desesperadamente pasar los Juegos para 1905.

A fines de diciembre de 1902, en vísperas de Navidad, un Pierre de Fredy desesperado pensó en Theodore Roosevelt, que había asumido la presidencia de los Estados Unidos ante el asesinato de Mac Kinley, como el salvador de la conflictiva situación y recurrió a su arbitraje. ¡Pobre iluso! Roosevelt se volcó a favor de Lousiana.

Ante ese panorama, el COI se reunió de urgencia. Volvió a plantear nuevamente la designación de la sede. Saint Louis, sin otra ciudad como oponente, obtuvo 14 votos a favor, dos en contra y cinco abstenciones. La suerte de los III Juegos Olímpicos estaba echada.

La ausencia de Coubertin

Los mismos errores de París aparecieron en el concepto organizativo de los propietarios de la Lousiana Purchese Exposition. Los Juegos tuvieron la misma duración de la exposición: cuatro meses y medio. Desde el 1 de julio hasta el 25 de noviembre. Y para mantener el interés, los dueños confeccionaron muchas actividades.

Pruebas para niños y los degradantes Anthoropological Days, reservada para los no blancos. Se reclutaron africanos, indios, filipinos, sirios y moros. La mayoría eran trabajadores de los stands de los expositores. Según algunos historiadores, también actuaron pigmeos y monos, en un espectáculo ultrajante y racista.


El falso ganador del maratón

San Luis 1904 fue escenario de una historia como hay pocas en los Juegos Olímpicos. Abandonó, lo llevaron en un automóvil, el vehículo se descompuso, se bajó, siguió corriendo y fue recibido como el ganador del maratón.

Veamos la trama de lo sucedido en aquella edición...

El trayecto por los campos de la zona distaba de ser el ideal para una competencia de 40 kilómetros, pues las constantes elevaciones, con siete colinas, obligaban a un enorme esfuerzo, aumentado por una temperatura de 31 grados. El estadounidense Fred Lorz, uno de los 27 participantes de su país en el maratón, junto con un griego, un cubano y dos africanos, estaba agotado y a los 15 kilómetros de la partida decidió abandonar y se subió a uno de los flamantes coches fabricados por Ford, que conformaban una pintoresca caravana.

"No podía dar un paso más cuando subí. Poco a poco fuimos pasando a los competidores y los saludaba. Mi única preocupación era arribar al lugar destinado como llegada para recuperar mi vestimenta”, relató Lorz.

"De pronto, el coche se detuvo. Estaba averiado. Me dijeron que estaba a siete kilómetros de la meta. Me sentía recuperado. Dije que iba por mi ropa y empecé a correr. La gente me alentaba y me sentí en plena carrera. Cuando llegué a las cercanías de la llegada, el aliento se transformó en ovación, hice un sprint final y me sentí el triunfador”.

El meteorito de Milwaukee

El norteamericano Archibaldo Archie Hahn fue una de las grandes figuras del atletismo. Lo llamaban el Meteorito de Milwaukee. Había razón para ello. En 1901 estableció el récord del mundo de las 100 yardas, con 9s6, y en Saint Louis se quedó con el oro en los 60 metros (7s), en los 100 metros (11s) y en los 200 metros (21s6).

Los 21s6 fueron récord del mundo y como récord olímpico se mantuvo 28 años, hasta que su compatriota Thomas Eddie Tolan, con 21s2, se lo quitó en Los Ángeles 1932.

Los norteamericanos ganaron 24 de las 25 pruebas atléticas, en esos triunfos debe destacarse el triplete de Harry Hillman en 400 metros, 200 metros con vallas y 400 metros con vallas. O el del Ray Ewry, el hombre de goma, que repitió su actuación de París, al ganar en salto sin impulso en alto, largo y triple.

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